El eco de un batazo de Juan Soto, que usualmente enciende estadios enteros, se ha visto reemplazado por el murmullo incómodo de un tribunal.
El estelar jugador de los Mets de Nueva York, reconocido como uno de los bates más temidos de las Grandes Ligas, podría verse envuelto en un proceso legal que amenaza con sacudir al periodismo deportivo estadounidense.
¿El motivo? Una controversia generada por el comentarista radial neoyorquino Brandon Tierney, quien en su programa lanzó una afirmación que ha causado un verdadero terremoto mediático: insinuar que Soto no tiene la edad que oficialmente figura en los registros de MLB.

El incidente comenzó con un error: Tierney aseguró en vivo que Soto tenía 35 años. Más tarde, en una entrevista, el comunicador redobló la polémica sugiriendo, sin pruebas, que el dominicano podría estar mintiendo acerca de su edad real.
Aunque luego se retractó y ofreció disculpas, las palabras ya habían hecho su efecto. La duda, aunque infundada, tocó fibras sensibles, pues revive un estigma histórico que por años ha perseguido a peloteros latinoamericanos, particularmente a los dominicanos: la sospecha injusta sobre su documentación y edad.
La reacción no se hizo esperar. De acuerdo con versiones cercanas al entorno del jugador, el equipo legal de Soto estaría evaluando seriamente una demanda por difamación, un paso que, de concretarse, marcaría un precedente trascendental en el deporte profesional.

No se trataría únicamente de limpiar el nombre de Soto, sino de enviar un mensaje contundente: la credibilidad de un atleta no puede ponerse en duda a la ligera, y mucho menos con comentarios teñidos de prejuicio racial o xenófobo.
El trasfondo es claro. La Major League Baseball ya ha certificado oficialmente la edad del jardinero, por lo que cualquier especulación contraria no solo es irresponsable, sino dañina para la imagen de un jugador que ha construido su carrera con disciplina y consistencia.
Para Soto, este pleito no tiene como eje principal una posible compensación económica; se trata de su legado, de proteger su reputación y de reafirmar la dignidad de todos aquellos peloteros que cargan con estereotipos heredados.
El caso, todavía en un terreno hipotético, se convierte en un espejo del mayor problema que subyace: la facilidad con la que ciertos medios pueden alimentar narrativas dañinas. Si Soto decide llevar este enfrentamiento a los tribunales, no solo estaría defendiendo su verdad personal, sino elevando el estándar ético del análisis deportivo.
En ese sentido, el verdadero “partido” apenas comienza, y esta vez no será en un estadio lleno de luces, sino en la sala solemne de un juzgado, donde lo que está en juego es la justicia y el respeto.