Mientras fotografiaba un grupo masivo de sardinas cerca de la costa sudafricana, Rainer Schimpf, un experimentado buzo de 51 años, vivió una experiencia inesperada y aterradora. Estaba rodeado por una escuela de peces que se movían en un remolino, conocida como una “bola de cebo”, cuando de repente sintió cómo el mundo a su alrededor se oscurecía abruptamente.
La causa no era otra que una ballena que lo había tragado accidentalmente mientras cazaba.
En ese preciso momento, Schimpf se dio cuenta de que algo no estaba bien. Sentía el apretón de la ballena que lo envolvía y, sin poder hacer nada al respecto, actuó rápidamente.
En sus propios términos, Rainer recordó que “contuvo la respiración por varios segundos”, consciente de que su única esperanza era que la ballena lo escupiera pronto. En ese instante, la calma era su única aliada.
El buzo tenía conocimiento de que la ballena probablemente no tenía intención de ingerirlo, pero la situación era absolutamente desconcertante. En su mente, la única opción era esperar.
Las circunstancias parecían sacadas de un relato improbable, pero Schimpf sabía que la paciencia sería crucial en los segundos que pasaban bajo el agua.
Por fortuna, la ballena pareció igual de desconcertada que él. En un giro inesperado de eventos, la ballena, posiblemente molesta por la extraña sensación de tener a un ser humano dentro, lo expulsó rápidamente en pocos segundos.
El encuentro, por muy dramático que fuera, terminó sin consecuencias graves, aunque Schimpf había experimentado lo que podría considerarse una de las situaciones más extremas en la interacción entre humanos y fauna marina.
Este suceso no solo dejó a Schimpf con una increíble historia para contar, sino también con una lección profunda sobre la imprevisibilidad de la naturaleza. A pesar de que la ballena no lo devoró, el buzo se vio cara a cara con uno de los depredadores más majestuosos del océano, viviendo una experiencia que no muchos pueden imaginar ni en sus sueños más salvajes.